Varias habrán sido las ocasiones en las que has dicho o escuchado la frase “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Lo cierto es que el refranero español es muy sabio y realizar las tareas en el momento que corresponde, ha demostrado tener consecuencias positivas sobre nuestro bienestar físico y emocional. Sin embargo, nuestra productividad cuenta con un gran enemigo que se está haciendo cada vez más presente en la actualidad: la procrastinación.
Procrastinar hace referencia a la conducta de posponer o demorar tareas y deberes, sustituyéndolos por otras actividades que resultan más gratificantes, pero que al mismo tiempo consideramos irrelevantes. A diferencia del término vaguería, que implica valorar positivamente la postergación, cuando procrastinamos somos conscientes de que estamos evitando la tarea y consideramos que dicha evitación es una mala idea.
Si somos conscientes de que procrastinar nos hará daño a largo plazo, ¿por qué lo hacemos?
Las tareas que aplazamos son aquellas que llevan asociadas emociones desagradables. Pueden ser actividades objetivamente incómodas (ej.: hacer una recopilación de datos muy larga o limpiar algo que está muy sucio), o bien actividades que nos generan ansiedad e inseguridad a la hora de realizarlas.
El alivio inmediato que produce la evitación nos lleva a mantener esta conducta en el tiempo, aunque a largo plazo la tristeza, el estrés y la culpa se intensifiquen. Por tanto, procrastinar puede considerarse una consecuencia de las dificultades para manejar estados de ánimo desagradables.
Estrategias para reducir la tendencia a procrastinar:
Identifica la razón que tienes para realizar esa tarea. Tener claros los objetivos que queremos alcanzar, ayuda a aceptar las dificultades que puedan surgir en el camino. Cuando tengas que enfrentarte a una tarea, hazte la siguiente pregunta ¿para qué voy a hacer esto? Las respuestas más automáticas suelen ser para mantener mi puesto de trabajo, para que los demás tengan buen concepto de mí, para mejorar la forma física, etc. Estas respuestas están relacionadas con las obligaciones, la satisfacción de los otros y resultados a largo plazo. La procrastinación será menos probable si conectamos con objetivos propios que trasciendan lo momentáneo, como por ejemplo la felicidad, la tranquilidad, mayor calidad en las relaciones interpersonales, la posibilidad de más tiempo libre si dejo cosas resueltas en el momento presente, etc.
Subdivide tareas. En muchas ocasiones lo que genera ansiedad es la gran cantidad de tiempo que se debe invertir en la tarea en cuestión. Cuando anticipamos, en lugar de enfrentarnos directamente, solemos hacerlo magnificando los aspectos negativos de las situaciones. Si se establecen metas pequeñas que acerquen al final de la tarea, pero supongan una inversión de tiempo menor, disminuye la ansiedad, aumenta la motivación y ayuda a vencer la resistencia del minuto previo al inicio de la tarea. Muchas personas refieren que marcarse pequeñas metas les ha ayudado a coger inercia y han finalizado sus trabajos antes de lo previsto.
Fija plazos contrastados con otros. Los seres humanos funcionamos y respondemos mejor a las demandas que tienen consecuencias en el corto plazo. Poner fecha para cumplir con los planes establecidos y que esos planes impliquen compromiso con otras personas, facilita la puesta en marcha y el afrontamiento de las situaciones menos apetecibles.
Ten en cuenta la curva del rendimiento. Dejar para el final las tareas que necesitan de toda nuestra concentración es igual de malo que empezar directamente por ellas. Está demostrado que la atención necesita un periodo de “calentamiento”. Lo ideal será empezar por trabajos que exijan una concentración media, continuar con aquellos que exijan concentración alta y terminar con los que nos resulten más sencillos.
Revisa tus pensamientos. La vivencia que tenemos a la hora de realizar determinadas tareas no solo depende de la ocupación en sí, sino que dicha vivencia variará en función de la interpretación asociada. Si bien pueden ser ciertos pensamientos como “no me apetece nada ponerme con esto”, “no se me da bien”, “realmente no sirve para nada”, “saben que no me gusta y aun así siempre me lo piden a mí”, su utilidad es más bien nula a la hora de superar la procrastinación. Lo que se debe hacer es dirigir la atención hacia los beneficios de llevar a cabo las tareas que nos hemos propuesto.
Escucha tus emociones. Las emociones tienen la función de darnos información e impulsarnos a tomar decisiones. En ocasiones, la cultura, el ambiente que nos rodea y nuestra experiencia previa puede hacer que actúen como una “falsa alarma” y nos alejen de nuestros objetivos. El aburrimiento, la inseguridad y el miedo suelen ser fieles compañeros de la procrastinación. Cuando aparecen, avisan de que no tenemos recursos para hacer bien el trabajo, de que no gustará al resto de compañeros o de que no es tan importante como pensamos. Si realizamos nuestras tareas, aceptando la compañía de esas emociones, pero sin obedecerlas, el resultado final generará satisfacción a largo plazo y no alivio momentáneo.
Pierde el miedo a enfrentarte al error. En la sociedad actual es frecuente pensar que el error es la excepción, cuando en realidad es la norma. Tomar conciencia de que las equivocaciones hablan de comportamientos puntuales y no de nuestro funcionamiento general ni de nuestra valía como seres humanos, ayudará a relativizarlo y encajarlo de manera más adecuada.
El alivio inicial que supone la procrastinación hace que combatirla no sea tarea fácil. Sin embargo, la práctica frecuente de las pautas mencionadas ha demostrado tener un elevado porcentaje de éxito en relación con nuestra productividad y bienestar.